lunes, 30 de marzo de 2020
Cuando
no me ves, es el momento exacto en que ahuyento los males pasajeros; y lo hago,
soltando, mi manifiesto delirista, aquél, que me hablaba antes, de los días no
vividos, cuando corría aquél tragicómico 1999. Sin embargo yo, no era
consciente…o no, deambulaba entre dos tierras, la de Oniria, la de Insomnia. Pero
lo que más anhelaba aunque lo negara, era, disfrutar un día en el parque, aun,
cuando no hubiera, nadie por las calles. Al fin y al cabo, soy de los que
buscan su primera combustión, una y otra vez. Por algo somos, seres únicos,
aunque las malas lenguas, digan…justamente, todo lo contrario
miércoles, 25 de marzo de 2020
DE SIRIA… HASTA CRETA
- Como cada mes durante el último año, tocaba recuento. Sentado en la terraza junto a Siri, aquello se había convertido ya en un macabro ritual. Preparaba el té y tras una leve mirada, abríamos el sobre con la esperanza de que mi suerte al fin cambiara de dirección. Té de mango, de coco o de azahar, para empezar a contar. Primero tocaba el turno a los leucocitos, después, les llegaba el turno al resto de células. En poco tiempo habíamos aprendido a descifrar cada uno de los marcadores. Habíamos intentado hacerlo con sol, con luna llena, con el sobre bajo las estrellas…pero nada. La enfermedad avanzaba y cada vez me encontraba con menos fuerza. Siri callaba mientras encumbraba el camino hacia la cocina con la excusa de ver qué hacía Lucas, el pequeño Teckel que había cambiado nuestra rutina; y lo hacía para que no la viera llorar. Sin embargo, algunos domingos hacíamos como si nada y bajábamos los tres hasta la playa aprovechando cualquier rayo de sol. Tomábamos algo en cualquier terraza y la vida parecía continuar amablemente. El mundo seguiría igual sin mí, pensé. Tampoco había aportado gran cosa y aquellas macetas bajo la ventana seguirían creciendo sin mis cuidados. Mis cosas serían donadas y pronto otro ocuparía mi lado del colchón, porque Siri, no sabía estar sola. A menudo, su pragmatismo se hacía punzante y mi entusiasmo ordenando las fotos de nuestros viajes, se quedaba para mí. Me gustaba observarla cuando no estaba atenta. Pequeña y menuda, con su pelo rubio y el sigilo en cada uno de sus movimientos. La playa por su parte, seguiría igual, como un pergamino y las tareas inacabadas y todo lo desordenado cuyo orden únicamente yo sabía, en el primer contenedor. Pero los días de primavera, se iban sucediendo apacibles, pues ya la batalla solo era conmigo, ceder a una realidad. Aprovechaba el tiempo en que ella no estaba en casa para recorrer la biblioteca y el centro cultural. Aquello se había convertido en lo menos rutinario para mi espíritu nómada. Fue una de aquellas mañanas, antes del siguiente ciclo de mi tratamiento, cuando el orden y la paz con la que había ido forjando aquellos días, se estrelló contra el suelo, contra mi frente y mi pecho. Desecho lo que creía y yo convertido en amasijo de hierros o en muñeco de plastilina. Una de las imágenes que decoraban uno de los largos y blancos pasillos llamó mi atención. Se trataba de un hombre con aspecto de chamán, con la barba desaliñada y el pelo largo. Parecía mirarme desde algún otro universo, con una extraña e inusual profundidad. Parecía querer enviarme un mensaje desde algún lugar. No había nombre del autor de la foto, ni del retratado en ella. Decidí hacer una captura con el móvil y subir a la biblioteca. Allí, pregunté acerca de la fotografía, pero nadie parecía saber nada. Un misterio por desentrañar, que me devolvía algo, a la inquietud de la que siempre había alardeado. Pero el día, no había hecho más que empezar. Con la curiosidad que tienen los gatos, antes de bajar al patio principal, no pude evitar observar a través de una puerta que había entreabierta, perteneciente a uno de los talleres que se impartían. Fue un choque frontal, un engranaje de turbinas, donde los generadores que se encargaban de que mi cuerpo funcionara aún, volvieron a ponerse en marcha. Allí estaba, con una falda larga de colores y una camiseta azul turquesa. Iba descalza y se movía al ritmo de una música envolvente, mientras los cascabeles de la pulserita que llevaba en el tobillo tintineaban risueños. Era algún tipo de danza tribal al ritmo del chico pelirrojo que tocaba los timbales. Parecías estar en un lugar muy diferente del aula. Greta, como me dijo que se llamaba, advirtió enseguida mi presencia y me invitó a unirme al grupo. Me quité el jersey que abrigaba algo mi alma y los zapatos. El chico de al lado me sonrió guiñándome un ojo y de la mano, imité lo que hacían. Por lo visto aquello me iba a venir muy bien para volver a mi esencia y soltar mis emociones. Yo, un desahuciado por la vida, aprendiendo a vivir de nuevo. Tenía gracia la cosa, la vida siempre tan irónica, poniéndome contra las cuerdas. Al terminar, todos se despidieron afectuosamente de Greta y yo, decidí esperarla. No quería marcharme de aquél otro mundo y ella parecía querer algo de compañía. Me invitó a un café y comenzó a hablar de cosas que yo no entendía y sin embargo, me maravillaban, No podía dejar de escuchar cada palabra en la suavidad de su voz mientras veía cómo su pelo ceniza le caía como una cascada desfilada por el rostro. Los ojos eran de un extraño color violeta y su nariz estaba cubierta de pecas. Debía tener unos treinta años. Mis pocas palabras se las llevó el viento, pero a ella no le importó. Sin saber cómo, Greta, me cogió de la mano y su cara se transformó en una mueca de tristeza. Sabía de sobra lo que me pasaba, pero para mi sorpresa, supe con sus magnéticos ojos, que todo no estaba perdido. Pensé en Siri y en lo que me unía a ella, pero aún no quería marcharme a casa, quería tratar de conocer a aquella especie de sirena, la Mujer Caracola, como la apodé. Hablamos de todo y de nada. Del tiempo y de la vida. Sus teorías me parecían de lo más enrevesadas, pero las exponía con tal locuacidad, que podía convencer hasta al más incrédulo de los mortales. Así fueron sucediéndose los días, mientras veía que poco a poco iba recuperando algo de energía. No sabía si presa de aquella ilusión por todo, que ella me inyectaba, o gracias al ensayo clínico al que me había sometido. Lo cierto es que volvía a estar de buen humor por lo que uno de aquellos días, volví a casa como un ilusionista, deseando contarle a Siri mis planes, mis proyectos…pero como durante los últimos meses, ella no estaba. Era como seguir persiguiendo un cometa a punto de extinguirse. Era la realidad frente a mi distorsionada imaginación, o las ganas de que aquello virara de dirección. Entonces, solo pude ocuparme en colocar mi desastre de despacho para facilitar las cosas si no salía de esta. De nuevo, la negra espesura de la desilusión. Primero fueron los libros, después les tocó el paso a los cuadernos de viaje de cada una de mis aventuras. Ahora, mi empresa de actividades de ocio, iba a ser reemplazada por un comercio cualquiera que llenara la calle con más luces de neón. Recordé entonces la foto que había sacado de aquél hombre y decidí pasarla al ordenador. Acto seguido la imagen en el buscador me llevó a un nombre: Johan Marcus. Parpadeaba en la pantalla como dueño de aquél rostro de la exposición. Se trataba de un médico de origen ruso que había dejado todo para dedicarse exclusivamente a atender las zonas más desfavorecidas de Centroamérica. Aquello me hizo pensar en los valores de cada uno, en sus metas; pero también, me dio un hito de esperanza al saber que Marcus había conseguido curar algunos de los casos más graves de mi enfermedad. Ya no creía que fuera casualidad el hecho de que llamara mi atención, la fotografía, pues estaba más que cansado de ir a tantas exposiciones con Siri. Mucho menos casual, el encuentro con Greta. Algo se estaba tejiendo sin que yo terminara de entender nada. Sonreí al recordar las teorías de Greta sobre el porqué de las cosas y las casualidades. Fue una tarde de Mayo, mientras Siri preparaba una supuesta merienda que me haría sentir mejor, cuando tuve el valor de hablarle de Greta. Tenía cierta inquietud de ser presa de sus celos frente a mi inusitado entusiasmo por la Mujer Caracola, pero para mi sorpresa y para no contradecir a los últimos tiempos, ella ni me escuchó. Entonces supe que estaba solo desde hacía tiempo, pero no había querido verlo. Quizás, no había tenido el suficiente valor. Víctor solo frente al mundo. Víctor enfermo, con Siri escapando en un cometa a mil galaxias de mi Tierra. Sentí rabia al ver que todo me llevaba la delantera desde hacía tiempo sin atender a razones. Ahora sí que pensaba en salir corriendo, en marcharme a un a isla me quedara el tiempo que me quedara. Volar, aunque fuera sin motor. De nuevo los sueños de un niño rebelde, confrontados con la adulta realidad. Decidí durante las tardes sucesivas, seguir con pequeñas rutinas, como si así de algún modo, pudiera recuperar en algo mi vida, o estirar el tiempo que me quedara sin extinguirme como una diminuta cerilla. Por eso, bajé hasta las rocas de la playa como otras tardes, enfadado con el mundo, conmigo y con el tiempo. Para mi sorpresa, allí, mirando a la nada con su falda de vuelo al viento y descalza, encontré a Greta. Me abrazó nada más ver mi cara, conectando cada cable y cada circuito tras mirarme fijamente durante un minuto. Solo un abrazo y el tiempo detenido. Sin duda, mi planeta, con el eje virado, contra todo pronóstico. Caminamos sin hablar, sin ni siquiera rozarnos; y nada más sentarnos con nuestros pies dentro del agua, ella comenzó a hablarme de una especie de mago, que me podía ayudar. Reconozco que estúpida e inicialmente, sentí celos de aquél hombre que tanto parecía entusiasmarla, para acto seguido, sentirme lo más parecido a un adolescente malcriado. De hecho, reconozco, que por primera vez sentí la enfermedad como un premio, en lugar de como castigo. Sin embargo, todavía faltaba seguir ordenando tantas piezas de un rompecabezas nuevo para mí. Greta me miró divertida al notar mi recelo al hablarme de su amigo . Acto seguido, sacó de su bolso de tela un libro. En la contraportada, la foto del hombre de pelo largo que tanto me había impresionado en el centro cultural, pero cuyo encuentro con la Mujer Caracola, había pasado a otro plano. Como en los mejores sueños o en las historias que quieres contar y raras veces suceden, salvo casos aislados, Greta comenzó a contarme una historia de la que ya intuía iba a ser partícipe. Johan vendría a España antes del verano y quería probar una nueva fórmula conmigo. Tras las primeras pruebas nos marcharíamos los tres a América como cooperantes. Ese sería el trato, tratamiento innovador para salvar mi vida, a cambio de tantas con mi trabajo. No había llegar a dudas ni posibilidad de rechazo. Solo sabía que allí sí estaba la pieza discordante, con nombre de mujer. De nuevo, volví a sentirme pequeño y cobarde frente a toda la grandiosidad que me rodeaba. Hablar con Siri no era fácil, ella siempre me llevaba ventaja y no se conformaba normalmente con mis decisiones. Como siempre, al entrar, Lucas me hizo los honores como una forma más de darme cuenta de que en aquella casa, siempre éramos mi compañero de cuatro patas y yo. Asalté la cocina en busca de un poco de zumo de granada, que irrisoriamente imaginaba como el antídoto que me regalaba un día más de vida. Sobre la mesa, una carta. No sabría cómo definirlo. No sé si se me rompió el corazón o si me alegré de no tener que decirle que me iba con dos desconocidos al otro lado del mundo. Fue una mezcla de las dos. Almíbar derramándose por mi barbilla con dos tercios de vinagre de vino entremezclado. En aquella carta, Siri me dejaba. Ni siquiera había tenido el valor de tener una conversación a pesar de los años, yo que creía era el cobarde. Le había salido el trabajo de su vida y no se veía capaz de vivir esto. Lo sentía, pero ya le tocaba vivir la vida tras haber perdido a sus padres y a su hermano, en aquél accidente aéreo. Lo cierto, es que no podía culparla, pero nunca imaginé un final así tan repentino. Egoísmo y Altruismo desestabilizando la balanza. No verlo venir me hizo sentir algo torpe e instintivamente, recorrí los años juntos en una especie de ascensor imaginario. El vacío, la nada en tablas con la paz y la libertad. Estallé el vaso de zumo con rabia contra la encimera y la blancura se tornó rojo sangre como una certeza ante mi todavía incredulidad. Subí hasta el dormitorio donde ya no quedaba mucho, ni de ella ni de nuestra vida en común. Pensé que estaba de repente siendo pasto de una broma o me encontraba en un universo paralelo como en las películas de ciencia ficción que tanto me gustaban, pero la mirada de alarma de Lucas y su rabo mirando hacia la alfombra, me dieron la última respuesta. Abrí una de las cervezas de importación que ella me había dejado indudablemente para el momento; y la bebí, como si estuviera en el desierto. El líquido dorado y tostado anestesiando levemente la herida. Acto seguido, cogí la bicicleta hasta el centro cultural con la única idea de encontrarme con mi salvavidas. Aún, Greta no estaba en clase, así que pasé por la cafetería, donde nervios y pánico se daban la mano con emoción. Alguien rozó mi espalada con suavidad y ausentemente, respiré aquél olor a flores y a mar que desprendía. Al girarme, me abrazó e hizo que me sentara junto a ella. Ella con una taza de mate en sus manos de prestidigitadora. Sus uñas color arcoíris de las que no era capaz de apartar la mirada con tal de no mirarla, porque parecía leerme sin hablar. Cuando alcé la vista, en sus ojos ningún reproche, ni gesto de preocupación. Aquello sí que era un verdadero Encuentro en Noche Azul. Greta, la Mujer Caracola, acarició mi mano y dibujó las notas de una melodía solo entendible para los dos. Como dos niños sonrientes, escapamos de allí, rumbo a nuestra aventura. El doctor Marcus llegaba el fin de semana a Madrid y teníamos que encontrarnos con él. Me despedí del centro con un ligero barrido. A lo lejos, centelleante, la sala con la puerta entreabierta con aquél haz de luz por donde entró Greta. A la entrada, la foto del mago, que Greta descolgó ante mi inquieta mirada. Al parecer, era un regalo de alguien muy especial para ella. Dejé allí la bicicleta para ir en volandas a casa. Lucas, tiró a Greta de la emoción y yo, todavía aturdido, les dejé conociéndose, mientras dejaba la foto del médico sobre la mesa del salón. Sin darme cuenta, la puse boca abajo. Entonces, entendí el mundo, mi mundo. Siri Lane, firmaba la foto de Johan. Las lágrimas contenidas rodaron por el jersey, el remolino de acontecimientos soltó la traca final. No había sido abandonado, solo había sido depositado como un sedimento justo donde tenía que estar, al lado de quienes siempre me habían estado esperando para cuando yo estuviera dispuesto a dar el salto. No sabía si saldría ileso al lado de Greta, no sabía si Johan me salvaría. Todo seguía siendo un misterio, pero eso sí era la vida.Rocé con delicadeza el nombre de Siri y con mis dedos sobre sellé con un beso el pasado sin rencor. Al fin y al cabo, aunque la vida manchara y embarrara, yo ya no estaba dispuesto a que me volviera a emborronar pasando como un mero espectador. Ahora, tocaba aprender a vivir
lunes, 23 de marzo de 2020
Las versiones... El virus. Los cuidados.La protección. Las conspiraciones. Tu yo superior .Lo externo. Lo interno. Hacia dentro. El exterior. Tu mundo interior. Los partidos. La cooperación. El egoísmo.
- En estos días, en los que por fin he podido echar el freno de mano y parar, tras meses sin descanso... con la maleta de sitio en sitio, dejando, soltando y alejándome de todos...pero acercándome a mí. No me gusta la razón por la que he tenido que parar y sin embargo, detecto ahora y aún más cada olor, cada sabor, cada recuerdo y cada sensación que me es grata. Es como si mi cerebro se estuviera reseteando. Creí toda esperanza perdida, al verme al límite.Ser Incomprendida y terriblemente malinterpretada ha sido mi quimera en estos años, desde que supuestamente, desperté a otra realidad; y sentí firmemente, que no teníamos que estar ocupados siempre ni ser productivos porque sí. Entendí, que ser el número uno o el trabajador del mes o el bienqueda , nunca me aportaría nada. Sentí, que nadie iba a entender mi tristeza ni mi soledad ante las pérdidas,pues nadie tenía esa situación. Escuché consejos vacíos, que me dañaron profundamente, pues creí, ser yo un error de fabricación.Hoy, sé que sin eso, sin ese equipaje ni ese defecto de serie,no sería yo, ni empática, ni lo que estoy destinada a ser. De mí, se han alejado personas que eran muy valiosas, sin que hubiera habido una conversación o una razón de peso. Siempre, me he sentido como si fuera , enteramente de otro universo. Siempre, pensé que íbamos hacia un mundo equivocado, que lo que construíamos era algo impuesto y que se caería. Logré hace un mes el trabajo de mis sueños, en un hospital; y tras superar el periodo de prueba, me despidieron, alegando que la persona a la que sustituía se reincorporaba. Supe que no era verdad, pero que no tenían motivos para despedirme por mi trabajo, pues mi superior decía que era estupendo, para el poco tiempo que llevaba allí. Sin embargo, alguien me dijo, que el paciente y los que atendían a estos pacientes, no eran lo importante. Que era un negocio, no un hospital ....y que mi visión humana chocaría estrepitosamente con la política de la empresa. Tras esto y ya en otra ciudad, me ofrecieron otro empleo allí,en ese edificio que por alguna razón, empecé a sospechar como algo muy alejado de lo divino..Obviamente, rechacé el puesto y ahora dadas las circunstancias, cerrada la cafetería, me habría quedado de nuevo sin trabajo. El caso es que, vas descubriendo que desaparece lo que no es bueno para ti, a pesar de los dolores mentales y físicos que esto ocasiona. Me apena terriblemente esta guerra, obviamente creada, por y para el hombre... en forma de virus; y sin embargo, me da fe que se recupere algo la naturaleza , de nuestro abuso. Que las ciudades se descontaminen y que optemos por un consumo diferente, aunque sea por una razón tan dura e inverosímil. Ahora atesoro lo poco que me queda de mis cuarenta y dos años de existencia, en este plano, claro. Valoro mis pocos discos y libros... y la palabra, hecha poema o canción, es lo único que me eleva y me hace recuperar la fe en nosotros, los humanos o humanoides. Nos hemos destruido y lo hemos seguimos haciendo, por política, religión o creencias, que hemos inventado nosotros mismos. No sé si esto es cuestión de "la élite" ni si existe. No sé si soy reptil, anfibio...o tan solo, espuma de jabón. No sé a quién debemos esta epidemia, pandemia...y sin embargo, sigo pensando que ase está creando una oleada de amor y estamos resurgiendo entre las ideas que teníamos dormidas. Ojalá venzamos al miedo y dejemos de escuchar constantemente malas noticias, pero esta ha sido la tónica en estos años. Llámese el virus, violencia de género, coronavirus...e incluso, odio colectivo.En estos momentos de pérdida, creo que he encontrado y estoy encontrando los tesoros más valiosos...y lo que me queda! Habrá días de todos los colores, como buena libra que soy y persona altamente sensible, lo sé, pero esta vez es más posible que logre aquellos objetivos que voy postergando.Puede que incluso contra todo pronóstico y en tiempos de guerra, tenga lo más valioso en mi poder, aunque él, esté más desesperanzado que yo y nos separe un mar, incluso. Puede, que esta vez, consiga terminar los relatos y los libros empezados. Puede, que algo nuevo y verdaderamente digno, haya vuelto a brotar en mí.
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