viernes, 9 de febrero de 2018

                       LA CARA OCULTA DE LA LUNA

La estación estaba situada mucho más lejos de lo que Marcos recordaba y el viaje tampoco había sido

lo esperado,por lo que decidió hacer una parada en aquél café con el reloj de pared muerto en otro
tiempo muy diferente.Aún no sabía si había hecho bien y por su alborotada cabeza aparecían

pensamientos recurrentes que le indicaban que debía haber rehusado la invitación.El primer sorbo de

café le reconfortó pero a medida que miraba a través de aquél ventanal un nudo parecía ir 

aprisionando cada una de sus vísceras a la par que se iba acelerando su endeble corazón.Habían 

pasado quince años desde la última vez que se vieron y apenas habían mantenido contacto
alguno.Aún así ,ni el tiempo ni la distancia habían borrado ni uno solo de los recuerdos,ni los dulces 

y espumosos,ni los de hiel.Todavía no acertaba a ver con claridad en la película de su vida qué era lo 

explosionando dejando sus neuronas fuera de juego.Decidió pedir algo más potente que un café y

poco a poco creyó calmar algo aquél remolino que amenazada con engullirle hasta hacerle

desaparecer.Apenas quedaban dos horas para el encuentro,se dijo,tratando de que su saliva dejara 

aquél nivel de densidad;pero cada vez que miraba hacia el andén y veía que el tren no aparecía,algo 

hacía tambalear aún más sus cimientos.

Trató de no hacer movimientos agitados,de escribir unas líneas y de cerrar los ojos, pero todo era en

vano.Solo podía balbucear para pedir al camarero una copa más y agitar los dedos sobre la mesa cual

 mal prestidigitador.El clima parecía acompañar a su cuerpo y había comenzado una molesta ventisca

que le daba a aquél hotel de carretera entre montañas un aire algo siniestro,pero quizás todo estaba 

en su cabeza.Probablemente a las siete de la tarde aparecería ella serenando aquél viento y con una 

explicación que respondiera al interrogante que llevaba tatuado en su muñeca.
LUCES EN EL PUENTE

A veces sonrío y ella también, solo que yo no tengo tanta experiencia. Me mira desde el espejo de algún extraño lugar. Todo el mundo quiere a Miss Lunatic, todos llevan a Sara Allen en su interior, o acaso ¿te has parado a pensar que todos queremos nuestro trozo del pastel? Un pastel de fresa, distinto por degustar. Lo cierto es que nunca, nunca, nos dan la receta. La receta es algo por descubrir. Hoy, mientras miro mis pecas, veo también las de Sara. La niña Allen, que sueña con la gran ciudad y sus luces cayendo al atardecer. Imagina adentrarse en sus calles sola y en libertad. Libertad, qué hermosa palabra. Unas veces asonante y otras tan consonante. Una estatua arrogante, a veces un simple baile en el salón. La expresión de un cineasta escondido o de artista de musical. Libertad con sus puntas y aristas, en todo y nada por alcanzar. Hay días que también pienso en Manhattan recordando los paseos por Central Park. La noche cae sobre Brooklyn y el lobo viaja en limusina. Sara y yo guardamos la moneda que nos lleve a ese lugar porque a veces los sueños sí se hacen realidad.