jueves, 10 de diciembre de 2015

ESCENA CUARTA




Hacía frío en aquél pequeño saloncito decorado de espumillón  color plateado con una bola colgando en el centro. Había en la tonalidad que salía a mi encuentro esa mezcla que pocas veces he vuelto a encontrar, esa cálida austeridad de cortinas color ocre de unos años setenta.
El acto sutil de retirar el visillo hacía más interesante  mirar hacia el salón de la familia de enfrente.
Una familia corriente, una familia  como cualquier otra. Encumbrada en esa golosa  mediocridad que a veces vigila mientras tú y tu vecino dormís, separados por un tabique de  papel azucarado.
Estaban ahí, sentados a la mesa sin la mínima sospecha de ser observados, pero haciendo su teatro para mí.
Javier,el hijo de Petra,había querido ser músico desde niño.Empezó tocando la guitarra en los bajos de la parroquia y ahora se sentaba a regañadientes en aquella mesa sin gracia,donde unas gambas congeladas le observaban con sus inmensos ojos saltones.Aquellos ojos de bobo parecían quererle decir algo,pero no acertaba el qué.Era una conversación a medias,como las que mantenía con su padre,Cristóbal,pero eso era ya harina de otro costal. Solo que parecía repetirse esa premisa en su vida.
Las luces de la calle se habían encendido ya ,pero no había gente que animara el ambiente festivo.Gente y más gente paralizada frente al televisor en aquél barrio mientras aún los comercios permanecían abiertos en el centro de la ciudad.
Mayte y yo salimos a fumar un cigarrillo,pero ella no paraba de hablar del chico nuevo del bloque nuevo y a ratos me abstraía a otros mundos paralelos y mucho más simples, a mis ojos, claro está. Aspiraba el humo y me bebía la ciudad en pequeñas imagenes que se fusionaban en tiempos distintos.
Miré a mi hermana y vi de repente cómo su cara había envejecido notablemente a pesar de la vivacidad de aquellos ojos castaños que el abuelo veía como avellanitas; y decidí posar la vista en el salón de Petra. Era la misma escena de hacía un rato, pero como le había pasado a Marisa, había pasado un tiempo preciado sin darme cuenta. Allí ya no estaban los tres de antes, había una silla vacía; y Javier empezaba a mantener conversaciones al aire, como si alguien aparte le escuchara atentamente. Quizás, todo lo que alguna vez quiso decir y no fue capaz.
Corrí de un salto hacia el pasillo para mirarme en aquél espejo sobre el teléfono. Para mi tranquilidad nada había cambiado . Mi pelo rojizo seguía siendo el que era y mis ojos aún denotaban aquella curiosidad, pero decidí que había cosas que no podían esperar y me armé de valor para marcar en aquella rosca aquél número por última vez...
 

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